martes

No vamos tan apretados, dejen de exagerar

En Pedro de Valdivia, a la altura de la Avenida Grecia, vive Eduardo Olivares, hombre de 77 años. Jubilado pero "aún laboralmente activo", Olivares frecuenta el recorrido 103 que lo lleva desde su casa hasta el lider, la casa de un amigo o algún bar. A veces los microbuses no llegan directamente al destino y necesita abordar un vagón de Metro; Transantiago ha sido una experiencia grata para él. Con sus recorridos diarios que, ocasionalmente sobrepasan varios kilómetros, Olivares cree que la gente exagera en sus críticas y que, por el contrario, se debería apreciar el sistema de otra forma.





¿Qué es podcasting?

"Brazo de Reina" a la salida del Metro

Son las dos de la tarde en una estación del Metro. La mayoría de la gente que sube y baja por las escalas desea almorzar o se dirige de vuelta a su trabajo. Marco Torres, ex-taxista de 44 años, acaba de instalarse acá para ofrecer sus productos a los pasajeros del Metro. Su jefe vendió el auto a comienzos del año, dejándolo cesante. “Cuando vi la cagada que quedó con el Transantiago, me dije ‘acá se puede vender algo’” cuenta Torres. "Pero que no se te ocurra nombrar la estación, que hay que tener cuidado con los pacos" advierte él mientras vigila las calles.


Tiene un par de cajas chicas de marca McKay a su izquierda y seis canastos rojos a su derecha, todos cargados y llenos de mercancía. Vende “Brazos de Reina” y chocolates Super 8. La gente que pasa no compra mucho, pero Marco Torres no parece desanimado. “En estos momentos no se vende tanto. Es por la hora”, explica el vendedor, promocionando sus Brazos de Reina con diferentes frases. Transantiago me trajo para acá” dice.





Torres coge una pequeña botella de Coca Cola y toma un par de sorbos, mientras una señora apurada y algo gruñona estudia los "Brazos", empaquetados y ordenados sobre los canastos. Finalmente sucumbe ante el brillo del manjar y decide comprar uno, mientras el vendedor se lo envuelve cariñosamente en una bolsa. “Gracias”, le dice Torres. La señora no responde.








Las cosas cambian con el tiempo. A las cinco de la tarde, la cantidad de personas saliendo y entrando al Metro aumenta, como también la cantidad de "Brazos" vendidos. “A mil pesos el Brazo de Reina, a mil pesos”, anuncia de forma más vívida, mientras recibe el pago por tres Super 8. “Fíjate en las personas”, sugiere el vendedor, indicando a las personas que pasan. “Lo que importa es lo que va al paso. Si no te vieron a la primera, tampoco van a volver a comprar”, revela él, indicando hacia el canasto con su mano.


Otra señora, con un vestido negro y tacos altos, le compra un Brazo de Reina. Torres le agradece su amabilidad, pero ella tampoco responde. Las monedas las mete en el bolsillo derecho, mientras aprieta un par de veces los botones de su celular. Parece esperar a alguien. "Es mi esposa" explica éste. "Los brazos los hacemos nosotros. Somos como 16 en total y estamos parados delante de la mayoría de las líneas grandes".








- Gana más vendiendo los "brazos de reina"?

Torres sonrie antes de responder.

- Obvio. Aunque en estas condiciones, ser taxista tampoco está mal hoy en día.

Una mujer se dirige directamente hacia Torres para comprar un "Brazo". De su cuerpo se deduce que parece haber comprado "Brazos" abundantemente en el pasado, había observado los canastos mientras salía del Metro, cuando súbitamente se da media vuelta y también decide adquirir uno. “Sólo a mil, para llevar a mil”, dice el vendedor cuando la compradora se va.
















Mientras el cielo oscurece, Torres enciende un cigarrillo. “Ahora acelera la cosa. Estoy mucho más ocupado ahora”, comienza el vendedor, siendo luego interrumpido por un hombre que desea comprar un "Brazo". Detrás del hombre, se alinean dos más y lentamente van quedando menos. “La mayoría se vende ahora, en el ‘horario peak’”, explica Torres, agregando “pero igual tienes que complementar con las ventas de la tarde. O si no, no te alcanza para nada”.




Otro pasajero del Metro elige uno de los "Brazos de Reina" de Torres, dejando la última canasta para el día. Las olas de personas continúan creciendo y ya casi no quedan Super 8. Entre todo el tumulto, apenas se puede escuchar la voz de Torres quien, intentando vender los últimos cinco "Brazos", se pierde entre una larga cola de pasajeros que desean abordar un microbús cercano.









El día jueves, después de ocho horas, Torres termina con todos los "Brazos de Reina" vendidos. “Nos traemos ochenta, a veces cien 'Brazos de Reina'”, sostiene el vendedor, añadiendo que “Se venden todos. Y eso que este era un día lento”. Marco Torres posiciona los canastos vacíos sobre un carro y se despide concluyendo: “La desgracia de muchos es la conveniencia de pocos”.



"Brazo de Reina" a la salida del Metro ( BETA)

(Si, tengo en cuenta el horrendo formato de esta entrada. Será solucionado para la versión final.)

Son las dos de la tarde en una estación del Metro. La mayoría de la gente que sube y baja por las escalas desean almorzar o se dirigen de vuelta a su trabajo. Marco Torres, ex-taxista de 44 años, acaba de instalarse acá para ofrecer sus productos a los pasajeros del Metro. Su jefe vendió el auto a comienzos del año, dejándolo cesante. “Pero cuando vi la cagada que quedó con el Transantiago, me dije ‘acá se puede vender algo’” cuenta Torres.







Tiene un par de cajas chicas de marca McKay a su izquierda y seis canastos rojos a su derecha, todos cargados y llenos de mercancía. Vende “Brazos de Reina” y chocolates Super 8. La gente que pasa no compra mucho, pero Marco Torres no parece desanimado. “En estos momentos no se vende tanto. Es por la hora”, explica el vendedor, promocionando sus Brazos de Reina con diferentes frases. Transantiago me trajo para acá” dice.






Torres coge una pequeña botella de Coca Cola y toma un par de sorbos, mientras una señora apurada y algo gruñona estudia los "Brazos", empaquetados y ordenados sobre los canastos. Finalmente sucumbe ante el brillo del manjar y decide comprar uno, mientras el vendedor se lo envasa cariñosamente en una bolsa. “Gracias”, le dice Torres. La señora no responde.








Las cosas cambian con el tiempo. A las cinco de la tarde, la cantidad de personas saliendo y entrando al Metro aumenta, como también la cantidad de "Brazos" vendidos. “A mil pesos el Brazo de Reina, a mil pesos”, anuncia de forma más vívida, mientras recibe el pago por tres Super 8. “Fíjate en las personas”, sugiere el vendedor, indicando a las personas que pasan. “Lo que importa es lo que va al paso. Si no te vieron a la primera, tampoco van a volver a comprar”, revela él, indicando hacia el canasto con su mano.





Otra señora, con un vestido negro y tacos altos, le compra un Brazo de Reina. Torres le agradece su amabilidad, pero ella tampoco responde. Las monedas las mete en el bolsillo derecho, mientras aprieta un par de veces los botones de su celular. Parece esperar a alguien.















Una mujer se dirige directamente hacia Torres para comprar un "Brazo". Por apariencia, ella parece haber comprado "Brazos" abundantemente en el pasado, había observado los canastos mientras salía del Metro, cuando súbitamente se da media vuelta y también decide adquirir uno. “Sólo a mil, para llevar a mil”, dice el vendedor cuando la compradora se va.








Mientras el cielo oscurece, Torres enciende un cigarrillo. “Ahora acelera la cosa. Estoy mucho más ocupado ahora”, comienza el vendedor, siendo luego interrumpido por un hombre que desea comprar un "Brazo". Detrás del hombre, se alinean dos más y lentamente van quedando menos. “La mayoría se vende ahora, en el ‘horario peak’”, explica Torres, agregando “pero igual tienes que complementar con las ventas de la tarde. O si no, no te alcanza para nada”.






Otro pasajero del Metro elige uno de los "Brazos de Reina" de Torres, dejando la última canasta para el día. Las olas de personas continúan creciendo y ya casi no quedan Super 8. Entre todo el tumulto, apenas se puede escuchar la voz de Torres quien, intentando vender los últimos cinco "Brazos", se pierde entre una larga cola de pasajeros que desean abordar un microbús cercano.








El día jueves, Torres termina con todos los "Brazos de Reina" vendidos. “Me traen ochenta, a veces cien Brazos de Reina”, sostiene el vendedor, añadiendo que “Se venden todos. Y eso que este era un día lento”. Marco Torres posiciona los canastos vacíos sobre un carro y se despide concluyendo: “La desgracia de muchos es la conveniencia de pocos”.



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